
El equipo de Emilio Sánchez Vicario se sobrepuso a las adversidades, la ausencia del número uno del mundo, la cancha y una atmósfera hostil, en una demostración de fortaleza colectiva. El deporte nacional corona su año mágico, el tenis culmina un curso difícilmente repetible: a los triunfos de Nadal en Roland Garros, Wimbledon y los Juegos Olímpicos se une la Copa Davis.
Una derecha paralela fulminante puso fin a un partido de extraordinaria emotividad, que por momentos dio la impresión de que ninguno de los dos protagonistas iba a ser capaz de ganar. Fernando Verdasco derrotó a José Acasuso en cinco sets y obtuvo la gran victoria de su vida. Dos días antes fue Feliciano López, junto a quien se hizo con el punto de dobles, el que abrió el camino gracias a la victoria frente a Juan Martín del Potro. Los dos zurdos respondieron en una ocasión de máxima exigencia. Aparentemente descapitalizada por la baja de su mejor jugador, del mejor tenista del momento, y con su número dos en un estado crítico de forma, España tiró de un banquillo que ha terminado por revelarse merecedor de la mayor confianza.
El capitán Emilio Sánchez Vicario -que renunció a la capitanía una hora después de la gloria- se mostró también a la altura de un reto histórico. Acertó en todas las decisiones. Arriesgó otorgando a López la etiqueta de número dos en la jornada inaugural y supo mover el banco para el punto definitivo, apostando por Verdasco en lugar del decaído Ferrer.

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